Si algo
bueno tiene esto del running es que no tiene límites. Cualquiera, o casi
cualquiera, con una condición física medianamente aceptable, puede practicarlo.
Más o menos rápido, más o menos distancia, eso da igual. Lo importante son las
ganas y el pasárselo bien. (Eso sí, si te lo vas a tomar un poquito en serio,
hazte una prueba de esfuerzo, que no te cuesta nada y te puede ahorrar algún
disgusto).
Esto
también tiene su parte mala. Igual que no tiene límites por abajo, tampoco los
tiene por encima. Es decir, no pasa como con otro tipo de deportes, que sabes cuándo
acabas, y entrenas para acabar lo mejor posible. Esto es entrenamiento en sí, y
lo puedes hacer tan duro como tú quieras. De hecho, cualquiera que practique
otro deporte medianamente en serio, habrá pasado por el trámite de calzarse
unas zapatillas.
Y en
cuanto a las carreras…otro tanto. Desde cien metros a auténticas salvajadas,
distancias siderales que no me atrevo siquiera a plantearme. Y además, te vas
picando.
¿Yo? ¿Correr
diez kilómetros? Tú estás sonao.
Y de
repente te ves, no solamente corriéndolos, sino preparándote para la media de
tu ciudad. Y de ahí…al infinito. Y eso con las distancias. ¿Y con los tiempos?
Tú, que en un principio lo único que querías era bajar chichas, te ves
intentando correr cada día un segundo más rápido, y te empiezan a sonar
palabras en arameo, tales como “Fartleck”, “Series”, “Entrenamiento cruzado”…
Y, la
verdad es que todo eso está bien, todo el mundo quiere progresar en su trabajo,
en sus aficiones, en ganar al vecino del quinto. Pero, por favor, no olvides lo
principal.
Sal con
ganas. Disfruta. Es una afición, no una carga. Si no lo sientes así, afloja.
Que no somos profesionales de esto. Lo demás, es secundario. Si no, te
encontrarás un día en tu sillón, pensando qué pasó, por qué lo dejaste. Y sería
una lástima.
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