Noviembre.
Tiempo
de frío, de lluvia…y de setas.
Tiempo de
seguir corriendo por los parques (en mi ciudad)
y de sustituir las (escasas) tardes de trote pueblerino por unas
provechosas tardes en busca del hongo perdido. Que están muy ricos, hombre…
Lo
ideal sería sacar tiempo para las dos aficiones, compaginarlas, pues correr por caminos alegra
la vista, pero en caso de tener que elegir, lo siento, ganan las setas. Además,
en esta época del año, los caminos se embarran, y es preferible sacar las botas
y el gore-tex que las zapatillas y el pulsómetro.
En mi
caso, temo que principalmente se trate de parasoles y níscalos acompañados por diversos tipos de
champiñones y algún boleto que otro, que ya me gustaría a mí cambiar los
porcentajes. No es poca cosa, pues lo cierto es que todas están estupendas, pero
si por alguna siento debilidad, es por mis amados boletos, en cualquiera de sus
variedades.
El caso
es que en este puente que se acerca, trataré, por todos los medios a mi
alcance, de pasar unas cuantas horas
recolectando setas, una afición (esta sí), compartida por el resto de mi
familia, aunque haya que dar al heredero un cuchillo de plástico. Cuantas más, mejor. Hay que hacer
acopio para el resto del año, en el que ya escasean, y además es la oportunidad
ideal para pasear sin prisa, y levantar la vista de vez en cuando para admirar
el paisaje.
Merece la
pena. Otoño tiene colores, contrastes. Marrones y verdes apagados, ruido de
hojas secas y olor a leña y carne a la brasa. Abrigos, lumbre y, por supuesto, tardes
de paseos reposados y conversaciones ligeras.
Haré lo
posible por documentar gráficamente las
capturas, pues, como de tiempos trotones no puedo fardar, habrá que presumir de
otras cosas, aparte de hijo, por supuesto.
Tengo dudas de si enseñar el producto en bruto o ya elaborado, pero ya
me lo iré pensando. Probablemente mezclaré, y así todos contentos.
Y si lo
que queréis es la receta, habrá que hablar con la costilla. Intentadlo. Lo
mismo hay suerte.
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