lunes, 28 de octubre de 2013

Una pequeña historia


Parece que lleve toda la vida. El sudor corre por la espalda, empapa los hombros. La sal hace costra en su cara. Corre. Intenta no pensarlo. Lleva…¿Cuánto lleva?. Es indiferente. El tiempo es un concepto que no existe, algo abstracto, irracional.
Cae. Otra vez. Las piernas escasamente le sostienen, pero se incorpora. No hay opción. Ni siquiera se mira el corte que se ha hecho contra las piedras. Pero lo siente.
Levanta la cabeza. Intenta no hacerlo demasiado, lo justo para ver los próximos metros. Sin embargo, su cuerpo le traiciona y mira mas allá. Demasiado. No lo conseguirá. El camino es inabarcable, eterno. La última vez que levantó la vista intuyó un paisaje similar. Lunar. Quebradas, barrancos. Y la misma distancia hasta la cima.
Le molesta un tobillo. No. Le duele. Le duele horriblemente.
Se lo quita de la cabeza. Sabe que así no adelanta nada . Sigue. Un paso. Dos.
Poco a poco va dejando atrás el desfiladero por el que, muy por debajo, fluye el rio. Al siguiente recodo lo perderá de vista. El pensamiento no le alegra. Ha sido su fiel compañero durante lo que ahora parece una vida. Sin embargo, es bueno. Queda menos hacia la cima.
No. No piensa siquiera en ella. Queda demasiado. Al fondo se percibe el rumor de sus perseguidores.  Suenan enteros. Uniformes. Sin embargo él se nota vencido, agotado después de esta jornada.
Agarra el bidón. Con rabia. Bebe el último sorbo, y lo arroja. El agua le conforta, y parece que aligera un poco el ritmo. Sabe que es temporal, pero, de momento es todo lo que necesita.
Son una jauría. Le persiguen, como lobos hambrientos tras su presa. Y no se va a dejar alcanzar tan fácilmente. Si cae, lo hará luchando. Como siempre.
Así, súbitamente, llega al recodo del camino. Lo bordea, y el rio desaparece. Aprovecha el brusco ángulo, y se permite una mirada. Ahí están. Aun les saca algo de distancia, pero sabe que a este ritmo no será suficiente. Intenta acelerar, a pesar de la protesta de todo su cuerpo. Es necesario.
Poco a poco avanza, y parece que puede sostener este ritmo, un poco más exigente. Intuye que han dejado de recortarle terreno. Sonríe. Aún no han podido doblegarle.
El tiempo es el compás de espera entre dos de sus zancadas. Lo siente variable. Depende de su mente. En este momento pasa raudo, pero es consciente de que, en cuanto vuelva a sentir dolores se paralizará, cada segundo un mundo. Así pues, aprovecha. Endereza el cuerpo, y, con la moral renovada, enfila la última cuesta hacia la cima.
Ya puede verla. La sabe a su alcance, y eso hace que todo vuelva a adquirir perspectiva. El tiempo y el espacio vuelven a su ser, y, lo que es mejor, sabe que los ha dejado, una vez mas, atrás.
Dudas, miedos, frustraciones.

 A sus límites

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