Parece que lleve toda la vida. El sudor corre
por la espalda, empapa los hombros. La sal hace costra en su cara. Corre.
Intenta no pensarlo. Lleva…¿Cuánto lleva?. Es indiferente. El tiempo es un concepto
que no existe, algo abstracto, irracional.
Cae. Otra vez. Las piernas escasamente le
sostienen, pero se incorpora. No hay opción. Ni siquiera se mira el corte que
se ha hecho contra las piedras. Pero lo siente.
Levanta la cabeza. Intenta no hacerlo
demasiado, lo justo para ver los próximos metros. Sin embargo, su cuerpo le
traiciona y mira mas allá. Demasiado. No lo conseguirá. El camino es
inabarcable, eterno. La última vez que levantó la vista intuyó un paisaje
similar. Lunar. Quebradas, barrancos. Y la misma distancia hasta la cima.
Le molesta un tobillo. No. Le duele. Le duele
horriblemente.
Se lo quita de la cabeza. Sabe que así no adelanta
nada . Sigue. Un paso. Dos.
Poco a poco va dejando atrás el desfiladero
por el que, muy por debajo, fluye el rio. Al siguiente recodo lo perderá de
vista. El pensamiento no le alegra. Ha sido su fiel compañero durante lo que ahora
parece una vida. Sin embargo, es bueno. Queda menos hacia la cima.
No. No piensa siquiera en ella. Queda
demasiado. Al fondo se percibe el rumor de sus perseguidores. Suenan enteros. Uniformes. Sin embargo él se
nota vencido, agotado después de esta jornada.
Agarra el bidón. Con rabia. Bebe el último
sorbo, y lo arroja. El agua le conforta, y parece que aligera un poco el ritmo.
Sabe que es temporal, pero, de momento es todo lo que necesita.
Son una jauría. Le persiguen, como lobos
hambrientos tras su presa. Y no se va a dejar alcanzar tan fácilmente. Si cae,
lo hará luchando. Como siempre.
Así, súbitamente, llega al recodo del camino.
Lo bordea, y el rio desaparece. Aprovecha el brusco ángulo, y se permite una
mirada. Ahí están. Aun les saca algo de distancia, pero sabe que a este ritmo
no será suficiente. Intenta acelerar, a pesar de la protesta de todo su cuerpo.
Es necesario.
Poco a poco avanza, y parece que puede
sostener este ritmo, un poco más exigente. Intuye que han dejado de recortarle terreno.
Sonríe. Aún no han podido doblegarle.
El tiempo es el compás de espera entre dos de
sus zancadas. Lo siente variable. Depende de su mente. En este momento pasa
raudo, pero es consciente de que, en cuanto vuelva a sentir dolores se paralizará, cada
segundo un mundo. Así pues, aprovecha. Endereza el cuerpo, y, con la moral
renovada, enfila la última cuesta hacia la cima.
Ya puede verla. La sabe a su alcance, y eso
hace que todo vuelva a adquirir perspectiva. El tiempo y el espacio vuelven a
su ser, y, lo que es mejor, sabe que los ha dejado, una vez mas, atrás.
Dudas, miedos, frustraciones.A sus límites
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